Recuerdo un sueño que evidentemente ha empezado hace rato. Estoy en un departamento espacioso en el que parezco vivir con más gente. Tengo una sensación extraña, la que se tiene cuando se intuye o se tiene la certeza de que una calamidad se acerca. Camino por el departamento que esta a media luz. Abro el refrigerador y pongo dentro milanesas de soja. Al hacerlo pienso en un hombre que se materializa en ese lugar como si los pensamientos se volvieran tangibles. A continuación, una serie de pensamientos pasan como una ráfaga por mi mente. No entiendo las palabras que los representan pero comprendo su significado: “Dejo esta señal para que el sepa que me resigne y pase lo que pase mi alma estará en paz”.
La cocina del departamento se disuelve. Ahora estoy en un hospital. En el área de habitaciones. Las paredes son de un color amarillo huevo espantoso, son las paredes sucias de la facultad pero estoy segura que estoy en un hospital. Hablo con alguien, supongo que un médico, que me explica lo que va a suceder. No le prestó mucha atención, ya me lo han explicado antes. Me acerco junto al médico a la puerta de una habitación. Nos asomamos a una pequeña ventana en la parte superior: es una habitación grande en cuyo perímetro están colocadas al menos unas 12 camas de modo que todas las personas recostadas en ellas miran hacia el centro. Entro en la habitación. Por la sensación corporal, me parece que llevo una bata de hospital al igual que los otros habitantes de la habitación. Lo que sucede a continuación, no solo me perturba sino que también me sorprende: las personas se dividen en dos grupos que se colocan uno frente a otro en el medio de la habitación. Yo estoy dentro de uno de los grupos. A continuación, un miembro del grupo contrario toma del brazo a uno de mi grupo y lo hace cruzar la línea imaginaria que divide a la habitación en dos llevándolo hacia sí. En ese momento se empiezan a acelerar mis pulsaciones. Está atravesando el umbral que separa a los vivos de los muertos. Tengo que lograr que ninguno de los del otro grupo me lleve hacia el otro lado: ¡no quiero morir! A continuación, uno de los de mi grupo, el de los “vivos” toma el brazo de uno de los del otro grupo y lo atrae hacia nuestro lado de la habitación. Mientras el hombre avanza, una especie de espectro fantasmagórico gris lo toma de los hombros pero cuando cruza la línea imaginaria lo suelta y lo deja ir. Todos están en un estado de trance: nadie se sorprende o inmuta. Los ojos de todos ellos parecen vacios. No tengo idea de que hago formando parte de este experimento. Tal vez, estoy exponiendo mi vida para atraer hacia mí a alguna persona querida que ha muerto. Trato de ver los rostros de las personas del grupo que esta frente mía pero no puedo reconocer cara alguna: miro sin mirar. Seguramente, también estoy en trance. O tal vez, he ido ahí para pasar yo al otro lado. Pero, ¿por qué razón lo haría? No lo sé. Sólo me quedo ahí parada en medio de ese extraño ritual (nota: paradójicamente, en esta parte del sueño no lo relaciono con la parte anterior donde se que algo va a sucederme a pesar de la evidente relación). La escena se disuelve. Parece que estoy en el mismo hospital porque sigo con la bata y las paredes son las mismas: amarillas huevo y sucias. Estoy sentada sola en una habitación casi vacía: solo una pequeña mesa y una silla en la que he tomado asiento. Estoy haciéndome una audiometría. Tengo que levantar la mano cuando escuche el sonido. Pero hace unos minutos que estoy aquí y no escucho ningún sonido. No oigo.
12/04/2008